En Italia se cultivan muchas variedades diferentes de coles y el invierno es el mejor momento para probarlas todas.
Algunos de las más comunes se ilustran a continuación.
El colinabo, un miembro de la familia de las coles, tiene forma ovalada y es del tamaño de una manzana grande.
Al igual que otros miembros de la familia de las coles, prefiere un suelo profundo y fértil y un clima templado.
Se cultiva en otoño o primavera, ya que no le gusta el calor excesivo.
Resiste bien el frío y puede permanecer al aire libre incluso a principios del invierno.
La pulpa firme, jugosa y en ocasiones un poco amaderada tiene un sabor intenso, dulce y aromático.
Se puede comer crudo o cocido.
Las preparaciones comestibles se hacen tanto con el tallo como con las hojas.
El colinabo también se presta perfectamente para preparaciones más creativas: se puede preparar una deliciosa lasaña, reemplazando la pasta con finas rodajas de colinabo.
Hay varios tipos de colinabo que se diferencian principalmente por el color: el más común es el verde claro pálido, pero también hay una variedad violeta / azul.
El colinabo es rico en antioxidantes, sales minerales, vitamina C y betacaroteno, además de alto contenido de fibra, que es una valiosa ayuda para la salud intestinal.
La Col de Saboya se considera en general una verdura de invierno y una de varias variedades de repollo. Tiene hojas arrugadas de color verde esmeralda, crujientes y tiernas.
De origen muy antiguo, el repollo de Saboya se cultiva principalmente en las regiones centro-norte de Italia.
La producción en la zona de Canavese está particularmente extendida: en noviembre de cada año se celebra en Montalto Dora una fiesta tradicional de la col rizada.
Es una col elegante, delicada en lugar de pesada, y perfecta para rellenar, estofar con tomates y chorizo español, o hervir a fuego lento en sopas como el minestrone o el abundante Potee Champenoise, un plato de cosecha favorito de la región de Champagne en Francia.
La col de Saboya es muy rica en vitamina A, vitamina C, vitamina K (importante para la coagulación sanguínea) y elementos minerales como potasio, fósforo, hierro, calcio, azufre (lo que explica el olor característico del repollo al cocinarlo) con un recuento de calorías de 30 Kcal por 100 g. Sus propiedades curativas se conocen desde la antigüedad.